El filme del chileno Alejandro Fernández participará en el festival de cine más importante del planeta.
El jueves pasado, Huacho, de Alejandro Fernández, inauguró las funciones de prensa que la Semana Internacional de la Crítica realiza en la Cinemateca Francesa cada año previo a Cannes. Periodistas y críticos parisinos descubrieron así las sencillas aventuras cotidianas de la familia campesina que protagoniza el largometraje debut del chillanejo.
Aunque mantiene la ambientación de sus últimos cortometrajes, Desde lejos y Lo que trae la lluvia, Fernández sorprende con un giro estilístico que rompe con la imagen pausada y contemplativa esperable. Huacho presenta, una tras otra y sin mezclarlas en el montaje, una jornada de una familia interpretada por personas sin formación actoral y muy cercanas a la realidad de sus personajes: Clemira, Cornelio, su hija Alejandra y su nieto Manuel.
La narración es minimalista, pero la construcción visual es dinámica, con la cámara siguiendo muy de cerca a los personajes que se encuentran frecuentemente en desplazamiento. En lugar de una mirada externa que los sitúe en el paisaje e invite a reflexionar sobre las dificultades o las paradojas de sus existencias, Huacho propone acompañar el punto de vista de cada protagonista, sin detenerse a explicar la oposición entre vida rural tradicional y modernidad.
Al contrario, los sencillos conflictos de cada uno integran naturalmente ese espacio de transición entre dos mundos. Manuel es el "huaso" de su colegio chillanejo que se pasa el día tratando de jugar con la Play Station de uno de sus compañeros. Su madre, Alejandra, cocinera en una casa de campo que ofrece visitas tradicionales a turistas, trata de esconder a sus padres que el corte de luz se debe a que, en vez de pagar la cuenta, se compró un vestido en una multitienda. Clemira y sus vecinas ofrecen quesos en la carretera.
Con el alza del costo de la leche, fijan un precio que los automovilistas encuentran demasiado caro comparado con el de la ciudad. Y Cornelio, en un discurso monótono sobre historias del pasado al que los amigos ya no prestan atención, debe asumir que la vejez le está pasando la cuenta. El calor se siente a través de la imagen captada por Inti Briones en un estilo muy diferente a las otras películas que el director de fotografía ha rodado recientemente con la misma productora que Huacho.
En El cielo, la tierra y la lluvia, de José Luis Torres Leiva, la cámara y sus delicados movimientos son un vehículo de belleza visual y emoción contenida, mientras que en Ilusiones ópticas, de Cristián Jiménez (aún inédita), igualmente de la productora valdiviana Jirafa, el sutil humor requiere una mirada externa y más bien quieta sobre las situaciones. Aquí, en cambio, el movimiento constante, los encuadres escurridizos que evitan los planos generales de contextualización y la crudeza de la luz responden al afán menos estético y más naturalista de la película.
No obstante, un punto en común de éstos como de varios otros títulos chilenos recientes de exposición internacional (a excepción de Tony Manero y La nana), es la descentralización de las historias y de las imágenes. Desde construcciones convencionales como El regalo (Galaz) a radicales como Alicia en el país (Larraín), pasando por propuestas tan diversas como Turistas (Scherson), la particular Nucingen Haus (Raúl Ruiz) e, incluso, Navidad (Sebastián Lelio), al situarse en los márgenes semirrurales de la capital, el cine chileno se aleja cada vez más del hormigón de Santiago hacia paisajes físicos y culturales heterogéneos. Y en sus idas y venidas entre el campo profundo, la carretera con sus autos nuevos y el mall de provincia, Huacho contiene en sí esa multiplicidad.
AUTOR: Pamela Biénzobas
FUENTE: La Tercera, Chile
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