“BRIGHT STAR”: LA TURBACIÓN EXQUISITA DE UNA PASIÓN PURA EN EL SIGLO XIX
Un enfoque superficial puede dejar pensar que “Bright Star”, la película de Jane Campion, situada en un pueblo muy cercano a Londres de 1818, está a los antípodas de las historias contemporáneas que se ven en Cannes. Impulsos refrenados por una parte, pasiones sexuales del otro. La cineasta neozelandesa no sólo habla del deseo, del impulso, del amor vivido como una insurrección.
El beso que terminan por intercambiar los dos jóvenes protagonistas, labios que se rozan, se alejan, se unen para juntarse nuevamente, como en “Notorious” de Hitchcock, antes de que la señorita vuelva a ponerse su sombrero, discreto símbolo de un indecente strip-tease, es infinitamente más inquietante que los ruidos de succión orquestados en varias películas del Festival.
Si Fanny, la heroína de esta admirable película, maravillosamente personificada por Abbie Cornish, prueba que ella dista mucho de ser frígida, y se sumerge en un siglo en que las Lady Chatterley no corrían por el campo, en una cultura romántica donde la pasión se hacia un deber de expresarse con reserva.
Adepta a los más excéntricos collares, como Nicole Kidman a su miriñaque en “The Portrait of a Lady” (1996), uno de las películas de lo más injustamente despreciadas de Jane Campion, Fanny se abre con tanto más descaro cuando está bajo la vigilancia permanente de su dama de compañía, su adorable hermanita.
El joven hombre del que se enamora es el gran poeta romántico John Keats (1795 - 1821). Fanny Brawne es conmovida por sus escritos, por el sufrimiento de su hermano moribundo. Keats está perplejo al principio (“usted me atrae sin que yo sepa porqué. Todas las mujeres me perturban"), y es esa, facilidad de palabra, personalidad con temperamento, que va a volverse irreemplazable a los ojos de ella que le ha enseñado que “la poesía es una experiencia de los sentidos”.
Keats no tiene los medios para amar a Fanny: no gana una moneda. Un amigo poeta, que vive con él, va a hacerlo todo para alejarlo de esta provocación que sólo sabe “embromar y coser”, y del que no deja de burlarse de sus vestidos. Está también la madre de Fanny, tolerante a pesar de todo, pero que acentúa aún más el impasse de este idilio.
Fanny no dejará escapar nada, pasando y volviendo a pasar debajo de la ventana del poeta, especialmente, cuando cae enfermo y está prohibido de recibir visitas, arrancando incluso una petición de mano. Las cartas que ella envió Keats son consideradas como modelos de cartas de amor. Él murió de tuberculosis en Roma, de 25 años.
La crisis de sollozos de Fanny que se enteran de la muerte de Keats libera emociones por mucho tiempo reprimidas. Todo, en la actitud de la joven mujer, cuyos amplios vestidos de cinturón alto que ocultan su redondez, revelan una impaciencia por ser elegida, halagada, admirada, poseída.
Todo, en la puesta en escena de Jane Campion, sugiere el carácter agobiante de lo que se aleja o se acerca a los amantes potenciales. Así las puertas, las cortinas, los cristales o las paredes, a lo largo de las cuales Fanny es empujada de su cama para dormir más cerca de Keats. Así la evocación pícara de una casa en la que vivieron por turno, ocupando la misma habitación.
Uno, dos, tres....sol
La intensidad de los versos apasionados, la sensibilidad con la cual el poeta expresa el nacimiento de sus sentimientos, la sublime frustración carnal, el hilo que se borda entre Fanny y John, todo eso cohabita en la película con una cotidianidad trivial, el de los trabajos de costura, los juegos de niños, las ausencias de cartero y las mezquindades sexuales del amigo de Keats, que deja embarazada a la sirvienta.
Fanny y John juegan con decoro como en “uno, dos, tres… sol”. Las estaciones pasan, la nieve cae, las flores nacen, junquillos o violetas. Fanny deja alzar vuelo a las mariposas en su habitación, que desaparecen cuando John está lejos.
En peligro permanente de ser encorsetada por el academicismo, Jane Campion desliza sus travesuras. Una pequeña llave oculta entre los senos de Fanny, un “turbación exquisita” confieso, un plano fugaz de dos pies desnudos, y este suspiro escapado de la boca de la joven muchacha cuando Keats le susurra “te besaré las manos, la frente, los labios…”, y que, ella lo interrumpe, sugiriéndole: “… por todas partes!” Todo ello sin cámara fija, en un trabajo de reconstitución perfecto y una preocupación permanente de hacer irradiar las luces interiores.
Película australiana de Jane Campion con Abbie Cornish, Ben Whishaw, Paul Schneider, Kerry Fox. (2 horas)
Leer artículo en su versión original
AUTOR: Jean-Luc Douin
FUENTE: Le Monde
FOTO: Laurie Sparham, Pathé Distribution
TRADUCCIÓN: Emanuel Ramos
Un enfoque superficial puede dejar pensar que “Bright Star”, la película de Jane Campion, situada en un pueblo muy cercano a Londres de 1818, está a los antípodas de las historias contemporáneas que se ven en Cannes. Impulsos refrenados por una parte, pasiones sexuales del otro. La cineasta neozelandesa no sólo habla del deseo, del impulso, del amor vivido como una insurrección.
El beso que terminan por intercambiar los dos jóvenes protagonistas, labios que se rozan, se alejan, se unen para juntarse nuevamente, como en “Notorious” de Hitchcock, antes de que la señorita vuelva a ponerse su sombrero, discreto símbolo de un indecente strip-tease, es infinitamente más inquietante que los ruidos de succión orquestados en varias películas del Festival.
Si Fanny, la heroína de esta admirable película, maravillosamente personificada por Abbie Cornish, prueba que ella dista mucho de ser frígida, y se sumerge en un siglo en que las Lady Chatterley no corrían por el campo, en una cultura romántica donde la pasión se hacia un deber de expresarse con reserva.
Adepta a los más excéntricos collares, como Nicole Kidman a su miriñaque en “The Portrait of a Lady” (1996), uno de las películas de lo más injustamente despreciadas de Jane Campion, Fanny se abre con tanto más descaro cuando está bajo la vigilancia permanente de su dama de compañía, su adorable hermanita.
El joven hombre del que se enamora es el gran poeta romántico John Keats (1795 - 1821). Fanny Brawne es conmovida por sus escritos, por el sufrimiento de su hermano moribundo. Keats está perplejo al principio (“usted me atrae sin que yo sepa porqué. Todas las mujeres me perturban"), y es esa, facilidad de palabra, personalidad con temperamento, que va a volverse irreemplazable a los ojos de ella que le ha enseñado que “la poesía es una experiencia de los sentidos”.
Keats no tiene los medios para amar a Fanny: no gana una moneda. Un amigo poeta, que vive con él, va a hacerlo todo para alejarlo de esta provocación que sólo sabe “embromar y coser”, y del que no deja de burlarse de sus vestidos. Está también la madre de Fanny, tolerante a pesar de todo, pero que acentúa aún más el impasse de este idilio.
Fanny no dejará escapar nada, pasando y volviendo a pasar debajo de la ventana del poeta, especialmente, cuando cae enfermo y está prohibido de recibir visitas, arrancando incluso una petición de mano. Las cartas que ella envió Keats son consideradas como modelos de cartas de amor. Él murió de tuberculosis en Roma, de 25 años.
La crisis de sollozos de Fanny que se enteran de la muerte de Keats libera emociones por mucho tiempo reprimidas. Todo, en la actitud de la joven mujer, cuyos amplios vestidos de cinturón alto que ocultan su redondez, revelan una impaciencia por ser elegida, halagada, admirada, poseída.
Todo, en la puesta en escena de Jane Campion, sugiere el carácter agobiante de lo que se aleja o se acerca a los amantes potenciales. Así las puertas, las cortinas, los cristales o las paredes, a lo largo de las cuales Fanny es empujada de su cama para dormir más cerca de Keats. Así la evocación pícara de una casa en la que vivieron por turno, ocupando la misma habitación.
Uno, dos, tres....sol
La intensidad de los versos apasionados, la sensibilidad con la cual el poeta expresa el nacimiento de sus sentimientos, la sublime frustración carnal, el hilo que se borda entre Fanny y John, todo eso cohabita en la película con una cotidianidad trivial, el de los trabajos de costura, los juegos de niños, las ausencias de cartero y las mezquindades sexuales del amigo de Keats, que deja embarazada a la sirvienta.
Fanny y John juegan con decoro como en “uno, dos, tres… sol”. Las estaciones pasan, la nieve cae, las flores nacen, junquillos o violetas. Fanny deja alzar vuelo a las mariposas en su habitación, que desaparecen cuando John está lejos.
En peligro permanente de ser encorsetada por el academicismo, Jane Campion desliza sus travesuras. Una pequeña llave oculta entre los senos de Fanny, un “turbación exquisita” confieso, un plano fugaz de dos pies desnudos, y este suspiro escapado de la boca de la joven muchacha cuando Keats le susurra “te besaré las manos, la frente, los labios…”, y que, ella lo interrumpe, sugiriéndole: “… por todas partes!” Todo ello sin cámara fija, en un trabajo de reconstitución perfecto y una preocupación permanente de hacer irradiar las luces interiores.
Película australiana de Jane Campion con Abbie Cornish, Ben Whishaw, Paul Schneider, Kerry Fox. (2 horas)
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AUTOR: Jean-Luc Douin
FUENTE: Le Monde
FOTO: Laurie Sparham, Pathé Distribution
TRADUCCIÓN: Emanuel Ramos
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