AMÉNABAR IMPARTE UNA CLASE, LARGA Y PREMIOSA, DE "ASTRONOMÍA EMOCIONAL"
El tedio de Luis Martínez ante el estreno en Cannes de "Agora", la última densa superproducción española
Y llegó el día de 'Ágora'. El día del señor (el domingo, vamos), Amenábar presentó la más esperada de sus películas. Estamos delante de una producción de 50 millones de euros (grande, grandísima, para los usos y costumbres españoles) que arremete, con armas y bagages, contra todo lo que se mueve: la religión, el dogmatismo, la intransigencia, la ignoracia... Todas las enfermedades del alma, vamos. En palabras del propio director, "Asuntos todos muy de actualidad".
Eso sí, la cinta discurre en el siglo IV de nuestra era y se detiene en narrar los últimos días de Alejandría a través de los ojos de Hipatia, la filósofa (bien Rachel Weisz). Si se prefiere, cuenta el inicio de eso oscuro que se llamó Edad Media. Si se quiere, estamos delante de la narración detallada de cómo los cristianos pasaron de perseguidos a un nuevo estatus (mucho más rumboso): perseguidores. Buen tema para el domingo pues.
Hasta aquí, todo en orden. La cinta se precipita, con gesto decicido, por un terreno movedizo, de riesgo. Como ya hiciera Kubrick con 'Espartaco', la idea es convertir un género destinado al simple y puro solaz de incautos (es un 'peplum' con sus romanos con el pecho de lata) en algo diferente y, ya puestos, más respetable. De hecho, toda la película se alimenta de una contradicción: narrar un drama intimista entre el necesariamente espectacular derroche de decorados que exige el género.
Y así avanza, entre la Tierra (la lucha por el poder) y el cielo (la sabiduría de la filósofa Hipatia literalmente lapidada). De hecho, Amenábar recurre una y otra vez al recurso de elevar la cámara en círculos enormes desde el delta del Nilo (el lugar donde se asienta Alejandría) al ancho universo. Cosas de las metáforas: la idea del recorrido en elipse (que no en círculo) de los planetas alrededor del Sol, de la circularidad del tiempo histórico, reproducida en un único y majestusoso plano.
Las buenas noticias corren a cuenta del gusto por el detalle, la cinematografía elegante, el discurso pausado y las interpretaciones ajustadas a la intensidad del momento. Un cineasta, vamos. Las otras, las malas (que las hay), son producto del permanente estado anti-climax al que el director somete al espectador. Por primera vez en la filmografía de Amenábar, la historia no avanza, no hay tensión, la narración está detenida en un extraño empeño por impartir una larga clase de historia de la ciencia.
De hecho, el juego es ése: de un lado, la filósofa atrapada en su necesidad de saber; del otro, el fanatismo prisionero de su necesidad de sangre. La primera parte termina por resultar en exceso premiosa, demasiado cerca de un documental de National Geographic; y la segunda, demasiado obvia. El prólogo de la película dura exactametne una hora. Sesenta minutos para lo que debería haberse resuelto en diez.
Dice Amenábar que, a estas alturas, ya no puede juzgar su película. Probablemente, eso le ocurre a cualquier director. Después de tanto tiempo, donde debería entender él mismo su historia, sólo ve "un detalle, una ventana" (palabras suyas). Por alguna razón, eso mismo le pasa al espectador: donde debería ver el drama entero de la humanidad encarnado en una protagonista brutalmente asesinada, ve, además de eso, el lento transcurrir de una larga clase de astronomía. Pura contradicción. El director lo llama "astronomía emocional". El resultado es mucha astronomía y poca emoción.
AUTOR: Luis Martínez
FUENTE: El Mundo
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