“UN PROPHÈTE”: LA PRISIÓN, UNA ESCUELA DE LA VIDA SEGÚN JACQUES AUDIARD
La escena acontecida el sábado 16 de mayo, a las 11 de la mañana, en el Gran Teatro Lumière de Cannes, donde se acaba la proyección de prensa del quinto largometraje de Jacques Audiard, “Un prophète”. Es en pocas palabras: un volumen de aplausos y un “yo no sé qué” que hace temblar el aire, cuya conclusión sugiere que si el premio se declaraba hoy, Jacques Audiard saldría de Cannes con la Palma de oro en su bolsillo.
De hecho, es una película admirable que acabamos de ver. Rica, compleja, sutil, bajo una tensión permanente, incomoda y generoso. Las dos horas y treinta minutos de una puesta en escena rigurosa e inventiva, en un género poco y mal servido por el “cine hexagonal”: la película de prisión. A excepción de “Le trou” de Jacques Becker (1960), es lo más grande jamás realizado en Francia.
La razón es simple, es que “Un prophète” es mucho más que una película de prisión. Es también un relato de venganza, una novela educadora, una alegoría política.
He aquí la paradoja del lugar común del género: el todo está en saber arreglárselas. Para Malik El Djebena, el muy discreto héroe de esta película, eso tardará seis años. Cuando nos introducimos a lo central, él es un pequeño rufián de 19 años, de origen magrebí, analfabeto, sin familia, sin amigos, sin apoyo, a la gracia de la violencia que reina en estos lugares. Cuando sale, entero y vivo, es un hombre que se ha constituido en un sólido entramado, un botín de guerra confortable, una mejor comprensión de la humanidad, una fe irreducible en la libertad individual, e incluso una esperanza de felicidad enamorada.
Eso en cuanto a la novela de formación, estilo Audiard, es decir, de una agradable y anarquizante amargura: la prisión como escuela de la vida, en una sociedad corrompida por la violencia y la injusticia. Como lo declaró el realizador a AFP, “hay una ironía que me pareció suficientemente interesante para hacer una película: este muchacho le debe todo a la prisión y no pienso que sea un caso particular ".
El corazón de la película consiste en mostrarnos cómo el héroe llega a este resultado. Ahí todavía, es inútil de esperar de Audiard la menor concesión al idealismo o al compromiso de una película documentada. Totalmente reconstituida en estudio con actores profesionales, la película juega el juego del género, con sus rituales y sus pasajes obligados, pero se toma convenientes libertades con sus convencionalismos.
No solamente porque las autorizaciones de salida obtenidas por este recluso al parecer modelo, ocasionen algunas escenas de acción en exteriores también deslumbrantes como decisivas. Pero también porque Malik El Djebena es esencialmente un oportunista, que reinventa en el medio carcelario las reglas del judo y las leyes de Machiavelli para preservar, a alto precio, su integridad: jugar con inteligencia contra la fuerza, asumir su propia abyección moral en el crimen y la traición, utilizar la fuerza del adversario para triunfar.
Desembarcado en un universo dominado por dos clanes, los corsos y los árabes, Malik va someterse contra todo lo esperado a los primeros, ganándose a fuerza de humillaciones y de sumisiones la confianza del cabecilla (Niels Arestrup, magnifico en su manera de traducir su violencia), exponiéndose a la hostilidad de su propia comunidad, a fin de conseguir un final del que el espectador no descubre hasta muy tarde. Admirable la inteligencia del guión, aquí también, es donde se revela una pequeña luz de este relato de formación que se pone al servicio de un proyecto de venganza personal.
No está prohibido, finalmente, leer en este a puerta cerrada carcelario una parábola de vocación más general. No en un alegato sobre la actualidad de las prisiones francesas, sino un reflejo tenso de una sociedad cada día más fragmentada, tomando como blanco las reivindicaciones de las comunidades y del espíritu de clan. Eso explicaría la suerte reservada por Audiard a la mafia corsa, cuyo código de honor se revela corrompido por el chauvinismo y el racismo, y también del hampa magrebí, que se sirve de su fe rigurosa en el islam.
Pues entonces, en cambio, a su héroe solitario, profeta en su país, que va toda la simpatía del cineasta. Porque, a falta de ser un ángel, sobrepone su libertad individual antes de cualquier comparecencia identitaria, porque él demuestra la manera en que los débiles pueden resistir a los fuertes.
“Trabajo para mí mismo”
El “yo trabajo para mí mismo” expresado por el pobre árabe Malik, es sin duda un credo que podría reclamar Jacques Audiard, cineasta a parte en el paisaje francés. Ni la moral ni la conciencia política no se encuentran en su cálculo, pero estaría en contra su voluntad no ver en esta fraternidad entre el realizador y su personaje una verdadera generosidad de corazón.
Es lo primero que permite señalar como su mejor película y el segundo se roba el show. Su intérprete, Tahar Rahim, novato en el cine, ofrece una prestación asombrosa. No es la gran noche, pero sin duda es lo máximo que un cineasta puede hacer en su lugar que es la suya (su noche).
Film francesa de Jacques Audiard con Tahar Rahim, Niels Arestrup, Adel Bencherif, Reda Kateb. (150 minutos)
Leer crítica en su versión original
AUTOR: Jacques Mandelbaum
FUENTE: Le MondeLa escena acontecida el sábado 16 de mayo, a las 11 de la mañana, en el Gran Teatro Lumière de Cannes, donde se acaba la proyección de prensa del quinto largometraje de Jacques Audiard, “Un prophète”. Es en pocas palabras: un volumen de aplausos y un “yo no sé qué” que hace temblar el aire, cuya conclusión sugiere que si el premio se declaraba hoy, Jacques Audiard saldría de Cannes con la Palma de oro en su bolsillo.
De hecho, es una película admirable que acabamos de ver. Rica, compleja, sutil, bajo una tensión permanente, incomoda y generoso. Las dos horas y treinta minutos de una puesta en escena rigurosa e inventiva, en un género poco y mal servido por el “cine hexagonal”: la película de prisión. A excepción de “Le trou” de Jacques Becker (1960), es lo más grande jamás realizado en Francia.
La razón es simple, es que “Un prophète” es mucho más que una película de prisión. Es también un relato de venganza, una novela educadora, una alegoría política.
He aquí la paradoja del lugar común del género: el todo está en saber arreglárselas. Para Malik El Djebena, el muy discreto héroe de esta película, eso tardará seis años. Cuando nos introducimos a lo central, él es un pequeño rufián de 19 años, de origen magrebí, analfabeto, sin familia, sin amigos, sin apoyo, a la gracia de la violencia que reina en estos lugares. Cuando sale, entero y vivo, es un hombre que se ha constituido en un sólido entramado, un botín de guerra confortable, una mejor comprensión de la humanidad, una fe irreducible en la libertad individual, e incluso una esperanza de felicidad enamorada.
Eso en cuanto a la novela de formación, estilo Audiard, es decir, de una agradable y anarquizante amargura: la prisión como escuela de la vida, en una sociedad corrompida por la violencia y la injusticia. Como lo declaró el realizador a AFP, “hay una ironía que me pareció suficientemente interesante para hacer una película: este muchacho le debe todo a la prisión y no pienso que sea un caso particular ".
El corazón de la película consiste en mostrarnos cómo el héroe llega a este resultado. Ahí todavía, es inútil de esperar de Audiard la menor concesión al idealismo o al compromiso de una película documentada. Totalmente reconstituida en estudio con actores profesionales, la película juega el juego del género, con sus rituales y sus pasajes obligados, pero se toma convenientes libertades con sus convencionalismos.
No solamente porque las autorizaciones de salida obtenidas por este recluso al parecer modelo, ocasionen algunas escenas de acción en exteriores también deslumbrantes como decisivas. Pero también porque Malik El Djebena es esencialmente un oportunista, que reinventa en el medio carcelario las reglas del judo y las leyes de Machiavelli para preservar, a alto precio, su integridad: jugar con inteligencia contra la fuerza, asumir su propia abyección moral en el crimen y la traición, utilizar la fuerza del adversario para triunfar.
Desembarcado en un universo dominado por dos clanes, los corsos y los árabes, Malik va someterse contra todo lo esperado a los primeros, ganándose a fuerza de humillaciones y de sumisiones la confianza del cabecilla (Niels Arestrup, magnifico en su manera de traducir su violencia), exponiéndose a la hostilidad de su propia comunidad, a fin de conseguir un final del que el espectador no descubre hasta muy tarde. Admirable la inteligencia del guión, aquí también, es donde se revela una pequeña luz de este relato de formación que se pone al servicio de un proyecto de venganza personal.
No está prohibido, finalmente, leer en este a puerta cerrada carcelario una parábola de vocación más general. No en un alegato sobre la actualidad de las prisiones francesas, sino un reflejo tenso de una sociedad cada día más fragmentada, tomando como blanco las reivindicaciones de las comunidades y del espíritu de clan. Eso explicaría la suerte reservada por Audiard a la mafia corsa, cuyo código de honor se revela corrompido por el chauvinismo y el racismo, y también del hampa magrebí, que se sirve de su fe rigurosa en el islam.
Pues entonces, en cambio, a su héroe solitario, profeta en su país, que va toda la simpatía del cineasta. Porque, a falta de ser un ángel, sobrepone su libertad individual antes de cualquier comparecencia identitaria, porque él demuestra la manera en que los débiles pueden resistir a los fuertes.
“Trabajo para mí mismo”
El “yo trabajo para mí mismo” expresado por el pobre árabe Malik, es sin duda un credo que podría reclamar Jacques Audiard, cineasta a parte en el paisaje francés. Ni la moral ni la conciencia política no se encuentran en su cálculo, pero estaría en contra su voluntad no ver en esta fraternidad entre el realizador y su personaje una verdadera generosidad de corazón.
Es lo primero que permite señalar como su mejor película y el segundo se roba el show. Su intérprete, Tahar Rahim, novato en el cine, ofrece una prestación asombrosa. No es la gran noche, pero sin duda es lo máximo que un cineasta puede hacer en su lugar que es la suya (su noche).
Film francesa de Jacques Audiard con Tahar Rahim, Niels Arestrup, Adel Bencherif, Reda Kateb. (150 minutos)
Leer crítica en su versión original
AUTOR: Jacques Mandelbaum
FOTO: UGC Distribution, Roger Arpajou
TRADUCCIÓN: Emanuel Ramos
No hay comentarios:
Publicar un comentario