“KINATAY”: BRILLANTE MENDOZA SE SUMERGE CON BRÍO EN UNA PESADILLA SANGRIENTA
Se da a conocer en el 2007 con la película “John John”, conmovedora mirada en los barrios de chabolas de Manila, incomprendido el año pasado con “Serbis”, donde filmaba con largos y virtuosos planos-secuencia la vida en un cine porno, el filipino Brillante Mendoza le pone la firma este año a una obra perturbadora y sorprendente, y se impone como un cineasta mayor.
Comparable, en cuanto al debate que suscita, al de “Reservoir Dogs” (1992) de Quentin Tarantino, esta inmersión en el horror se inspira en hechos reales. La película comienza con una evocación de la vida agitada en las calles de Manila.
Es necesario un talento fuera de serie para devolver el brillo de los colores, el ruido de los gritos y bocinas, el bullicio de la urbanidad, el mercado, los embotellamientos, la efervescencia de una masa corriendo hacia mil de actividades, y entre esta gente, una joven pareja sale pintada para ponerse el anillo al dedo, para consagrarse como marido y mujer por un juez quien oficia sin ceremonias.
La boda concluye con una comida familiar en un restaurante. Peping, el joven marido, estudiante de criminología, acaba de seguir un curso sobre el arte y la forma en la que un poli puede investigar sobre la escena del crimen. Se deja llevar por un compañero a hacer horas extras como matón al servicio de una banda de delincuentes, a fin de mantener a los suyos.
Mujer cortada en pedazos
Mendoza filma en tiempo real, como en un documental, la pesadilla y las angustias de este muchacho hasta el vómito. Ya que el relato oscila dentro de algo alucinante, una iniciación traumática.
Ahí está Peping testigo y cómplice del secuestro de una prostituta culpable de no estar en al día con sus deudas de droga. Después de una interminable travesía en camioneta, de noche, que Mendoza filma como un pánico mental, un viaje sin retorno hacia el infierno, la mujer es encerrada en el sótano de una casa, maltratada, desnudada, violada, asesinada salvajemente y cortada en pedazos.
Como, este resumen de la intriga no puede sino suscitar desconfianza o rechazo, salvo una adicción a espectáculos de los peores suplicios. Pero en ningún momento Mendoza puede ser acusado de complacencia. Su manera de orquestar los planos, los sonidos, las aberturas de luz en las tinieblas, la claustrofobia en la camioneta con destellos de los faros del carro, el ascenso del miedo, la violencia perpetrada sobre el rehén gimiente, sus súplicas cuando es torturada, la opresión del pánico de Peping ante estos actos, su excitación de querer olvidarse, de hacer escapar a la mujer, en vano, son irreprochables.
“La integridad, una vez perdida, se pierde para siempre”, destaca el cineasta. “Kinatay” remite a temores universales, a la dificultad de intervenir, en la transformación de un inocente en monstruo con su silencio. La captación de tanta impotencia ante tanta inhumanidad es magistral.
Se da a conocer en el 2007 con la película “John John”, conmovedora mirada en los barrios de chabolas de Manila, incomprendido el año pasado con “Serbis”, donde filmaba con largos y virtuosos planos-secuencia la vida en un cine porno, el filipino Brillante Mendoza le pone la firma este año a una obra perturbadora y sorprendente, y se impone como un cineasta mayor.
Comparable, en cuanto al debate que suscita, al de “Reservoir Dogs” (1992) de Quentin Tarantino, esta inmersión en el horror se inspira en hechos reales. La película comienza con una evocación de la vida agitada en las calles de Manila.
Es necesario un talento fuera de serie para devolver el brillo de los colores, el ruido de los gritos y bocinas, el bullicio de la urbanidad, el mercado, los embotellamientos, la efervescencia de una masa corriendo hacia mil de actividades, y entre esta gente, una joven pareja sale pintada para ponerse el anillo al dedo, para consagrarse como marido y mujer por un juez quien oficia sin ceremonias.
La boda concluye con una comida familiar en un restaurante. Peping, el joven marido, estudiante de criminología, acaba de seguir un curso sobre el arte y la forma en la que un poli puede investigar sobre la escena del crimen. Se deja llevar por un compañero a hacer horas extras como matón al servicio de una banda de delincuentes, a fin de mantener a los suyos.
Mujer cortada en pedazos
Mendoza filma en tiempo real, como en un documental, la pesadilla y las angustias de este muchacho hasta el vómito. Ya que el relato oscila dentro de algo alucinante, una iniciación traumática.
Ahí está Peping testigo y cómplice del secuestro de una prostituta culpable de no estar en al día con sus deudas de droga. Después de una interminable travesía en camioneta, de noche, que Mendoza filma como un pánico mental, un viaje sin retorno hacia el infierno, la mujer es encerrada en el sótano de una casa, maltratada, desnudada, violada, asesinada salvajemente y cortada en pedazos.
Como, este resumen de la intriga no puede sino suscitar desconfianza o rechazo, salvo una adicción a espectáculos de los peores suplicios. Pero en ningún momento Mendoza puede ser acusado de complacencia. Su manera de orquestar los planos, los sonidos, las aberturas de luz en las tinieblas, la claustrofobia en la camioneta con destellos de los faros del carro, el ascenso del miedo, la violencia perpetrada sobre el rehén gimiente, sus súplicas cuando es torturada, la opresión del pánico de Peping ante estos actos, su excitación de querer olvidarse, de hacer escapar a la mujer, en vano, son irreprochables.
“La integridad, una vez perdida, se pierde para siempre”, destaca el cineasta. “Kinatay” remite a temores universales, a la dificultad de intervenir, en la transformación de un inocente en monstruo con su silencio. La captación de tanta impotencia ante tanta inhumanidad es magistral.
Película filipina de Brillante Mendoza con Coco Martin, Julio Diaz, Mercedes Cabral, Jhong Hilario. (100 minutos)
Leer crítica en su versión original
AUTOR: Jean-Luc Douin
FUENTE: Le Monde
FOTO: EQUATION
TRADUCCIÓN: Emanuel Ramos
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